TEXTO: Mónica Felipe-Larralde
FOTO: Noemí Genaro
”Nos enamoramos y sentimos que, por primera vez, la vida nos sonríe. Al fin tenemos lo que la vida nos ha negado durante nuestros años de infancia y parte de la juventud. Sentimos que es posible ser aceptado por otro ser humano y nos derretimos ante la promesa de que este amor, que tantas carencias viene a cubrir, nos durará eternamente. ¿Por qué nos enamoramos de una persona y no de otra? ¿Qué tiene de especial él o ella? ¿Por qué nos sentimos tan llenos, tan vivos, cuando estamos ante su presencia?
La mayoría de las relaciones se establecen desde una cierta fascinación por los aspectos de la otra persona que menos desarrollados teníamos nosotros mismos. Nos fascina su seguridad o la espontaneidad o su forma de comprender la vida o su independencia o la bondad o su claridad de ideas o…Cualquier aspecto de nuestra personalidad por evolucionar, puede servir como excusa suficiente para comenzar una relación de pareja. Con el tiempo, estas características que nos tenían encandilados, van dejando paso a una cierta sensación de incomodidad, de hartazgo. La seguridad puede convertirse en soberbia, la espontaneidad en impulsividad, la independencia en egoísmo, la bondad en perfeccionismo o su claridad de ideas en una mente excesivamente cerrada… En medio de esta deriva, en la pareja suelen surgir las primeras crisis. Pero ya, la pareja ha tejido la maraña de contradicciones, dependencias y ataduras emocionales que, con el tiempo, los aprisionarán. Sin embargo, la pareja se sostiene porque, de una manera u otra, los dos miembros obtienen algo que necesitan. Así que, por fin, hemos experimentado la sensación de ser completo, de ser un ser humano íntegro: al fin, podemos obtener lo que nos hace falta; aunque sea de otro y no nuestro, nos compensa suficientemente la ilusión de estar completos.
En estas relaciones los dos miembros dan y reciben, se alimentan mutuamente. Ya son una naranja. Entonces, en algún momento, dejamos de ser dos y nos convertimos en tres. Ya sea por voluntad propia o porque la situación viene dada, el embarazo en la pareja suele representar una crisis, que permite que la pareja se convierta en trío. Pero este cambio, de dos a tres, implica un desandar lo transitado y reelaborar la relación de forma que tenga cabida un nuevo sistema de intercambio. El circuito cerrado de los padres en el que dos adultos se dan y reciben mutuamente se quiebra. Ahora hay un circuito diferente… y ¿ya está? No, no es tan fácil. Porque no basta con saber esto. Hay que comprenderlo profundamente, integrarlo, armonizar nuestras necesidades con esta información, hacernos conscientes de nuestras carencias, experimentar nuestros límites, enfrentarnos a nuestros temores. Ser madre o padre implica una revolución interior de la que salir fortalecido o lleno de rencor y agotamiento.
En el libro De pareja a trío. Crisis de pareja tras el nacimiento de un hijo, Editorial Ob Stare, he intentado profundizar en los aspectos esenciales que están presentes en las crisis de pareja de forma habitual. Pero no es sólo un libro de reflexión, sino que incluye herramientas prácticas para que la comunicación, la autoindagación y la conciencia puedan emerger aún en los momentos de mayor oscuridad.
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