Esta reflexión se publicó en el número 3 de Gansos Salvajes Magazíne.
Texto: Laura Martínez Hortal – Foto: María Zafra

“Frena los síntomas del envejecimiento”, “lucha contra los signos de la edad”, “combate el paso del tiempo”. Estos titulares se repiten constantemente llamando la atención de las mujeres de mediana edad. Los valores contemporáneos nos han llevado a identificarnos con nuestra imagen, con nuestro cuerpo, con lo externo. Creemos que únicamente lo material y tangible existe. Olvidamos lo que hay dentro de las personas, ignoramos lo que no puede ser visto, ni tocado. 

Cumplir años no sólo es sumar arrugas o canas, no sólo es pérdida del tono muscular o flacidez en la piel. Ésta es la evolución y el desgaste de nuestro vehículo vital en su trayecto por la existencia. El vehículo cambia y envejece, pero el conductor crece y se ennoblece en su paso por retos, alegrías, dificultades, amores, creaciones y experiencias. La sabiduría y la riqueza interior que acumulamos no puede distinguirse a primera vista y por eso a veces la olvidamos. Pero está ahí.

Esta idea de que la vejez es únicamente deterioro y pérdida de valor mueve a muchas mujeres a inyectarse botox, a pasar por el quirófano, a ser esclavas del teñido capilar y a intoxicarse con su amoniaco cada 15 días.

En ocasiones vemos mujeres que incluso han perdido su expresión y su gesto, con el rostro ridículamente deformado y estirado. Comprendo perfectamente qué lleva a una mujer a someterse a estos tratamientos y no lo juzgo. Aunque sé que si viviéramos en una sociedad que honrara y valorara la vejez y que considerara a las mujeres como sujetos pensantes de pleno derecho, y no sólo como cuerpos que conservan su dignidad únicamente si mantienen la belleza de la juventud, ninguna mujer arriesgaría su salud ni invertiría tanto tiempo y dinero en aparentar una edad distinta de la suya.

Se educa a las mujeres en la complacencia, y en el vivir para los demás, así que no permitimos que nuestro cuerpo envejezca a su manera porque olvidamos quiénes somos y cuáles son nuestras verdaderas necesidades. Nos reconocemos en la medida en que nos reconocen los demás, dependemos de nuestra imagen y de la mirada ajena tanto, porque hemos olvidado mirar hacia dentro y reconocer la huella interna que deja la experiencia de vida.

Por eso, una industria que mueve millones es capaz de llamar la atención de las mujeres y convencerlas de que aquella es la mejor solución para mejorar su existencia.

Por eso obedecemos y deseamos cumplir el cruel canon que sólo considera bella la juventud y que se impone desde el exterior. Los hombres, por ahora, no tienen esa vulnerabilidad, y no son tan frágiles ante las llamadas, pedidos o imposiciones externas, pero la tendencia es que ellos también entren en el mercado de la juventud eterna.

La intención de este artículo no es juzgar como positivo o negativo el hecho de someterse a tratamientos para prolongar la juventud, porque es irrelevante, y porque todo depende de desde dónde y para qué se haga.

Mi intención y mi deseo es que la edad madura de la mujer recupere su valor social, que la imagen de la mujer mayor vuelva a ser visible y recupere su autoridad, especialmente en los medios de comunicación, que se reconozca la sabiduría y los logros de las vidas vividas.

Mi deseo es que nuestros ojos se reeduquen para poder volver a ver la belleza en todas las edades de la vida. Y el tuyo? ¿Cuál es tu opinión sobre el tema? Con tus comentarios nos enriquecemos todas!

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