¿Cómo estás en este momento? ¿Estás de pie, en una silla, en una cama? ¿Qué partes de tu cuerpo estás usando para sostener el móvil, el ordenador o la tablet donde lees esto? ¿Qué partes estás usando innecesariamente? Por ejemplo, ¿cómo está tu mandíbula? ¿Qué tan relajada está tu frente? ¿Tu espalda, se siente libre y suave, o hay tensiones o dolores? ¿Qué tanto puedes sentirte a ti mismo, a ti misma?

Uno de los principales problemas que como individuos y como sociedad enfrentamos en la vida moderna es la desconexión de nuestro propio cuerpo. Vemos a nuestro cuerpo como una máquina a la que hay que darle mantenimiento, pero que es ajena a nosotros y que no está integrada, sino separada de nosotros. Incluso, al usar expresiones como “la mente domina al cuerpo”, asumimos la idea de una separación, una división en nuestro ser que nos impide ser dueños por completo del cuerpo y considerarnos como una unidad integrada, interconectada, como el sistema complejo y maravilloso que somos.

Este distanciamiento de nuestro propio cuerpo es la consecuencia, por un lado, de la cultura del confort en la que vivimos actualmente: autos, controles remotos, escaleras eléctricas, sillas en las que pasamos muchas horas durante el día… los humanos hemos creado muchas invenciones para “facilitarnos” la vida, pero la consecuencia es que cada vez tenemos menos retos corporales en la vida cotidiana, y pagamos un precio muy alto por el supuesto confort, pues cada vez usamos menos nuestro cuerpo, o lo utilizamos de maneras mecánicas, repetitivas, sin ser conscientes de cómo hacemos lo que hacemos y perdiendo la capacidad de innovar, de adaptarnos, de ser más creativos en el uso de nuestro propio ser.

Por otra parte, además de la cultura del confort, hemos pasado desde la infancia por un proceso de intervencionismo sobre nuestro cuerpo que nos resta autoridad sobre nosotros mismos. Los bebés, por ejemplo, reciben una gran cantidad de estímulos y mensajes sobre lo que está bien y no está bien con su cuerpo, siempre desde una perspectiva externa, la de los adultos que lo rodean. Entonces, el bebé aprende que hay cosas que satisfacen a sus padres, como el caminar pronto (aunque no esté listo para ello) o que les desagradan (como el arrastrarse por el piso, gatear, o caerse) y comienza a moverse en función de lo que él observa que sus padres esperan de él o ella, iniciando de esta manera un proceso de pérdida de autoridad sobre su propio cuerpo que se va agravando conforme crece.

Más adelante en la vida, recibimos muchos mensajes sobre cómo “debe” ser nuestro cuerpo, de acuerdo a los cánones estéticos que impone la cultura mainstream, y vamos adquiriendo ideas sobre lo inadecuados que somos si no nos ajustamos a esos patrones impuestos culturalmente y sobre la necesidad de cambiar nuestro cuerpo a través de dietas, regímenes, incluso cirugías,para ajustarse a lo que creemos que debe ser nuestra figura. Así, continúa agravándose esta sensación de que nuestro cuerpo no nos pertenece, y que seguimos en la obligación de agradar a alguien más, ya no a nuestros padres, sino a una sociedad que nos dicta como deberíamos vernos. Esto, por supuesto, es más evidente en el caso de las mujeres, que somos bombardeadas por ideas externas de cómo debería ser nuestro físico para ser bellas.

Así, entre la cultura del confort y el intervencionismo familiar y social, vamos perdiendo autoridad sobre nosotros mismos y aceptamos, casi sin darnos cuenta, la idea de que nuestro cuerpo no nos pertenece. Esto, por una parte, nos puede llevar a problemas físicos (como los provocados por usar mucho tiempo zapatos de tacón alto o los derivados de cirugías estéticas) pero, sobre todo, nos distancia de la posibilidad de sentirnos a nosotros mismos y nos impide vivir con plenitud y felicidad en nuestro cuerpo.

Esta separación se manifiesta de muchas maneras, pues no estar en paz con nuestro cuerpo también implica no estar en paz con nuestras emociones, y al no movernos de manera integral y consciente, abrimos la puerta a la posibilidad de lastimarnos, lesionarnos o vivir con dolores crónicos. ¿Te ha ocurrido, por ejemplo, que un día repentinamente despiertas con un dolor muy fuerte que te impide moverte con comodidad? ¿Has tenido la experiencia de sentir de pronto una punzada o un tirón muscular sin aparente explicación? Ni en el cuerpo ni en la vida suceden las cosas “de repente”. Los acontecimientos vienen de semillas que hemos plantado antes. Si un día amaneces con un dolor que te inmoviliza, lo más probable es que ese dolor empezase mucho antes.

Primero como una pequeña incomodidad, que tal vez ni notaste. Luego esa incomodidad creció y se convirtió en una pequeña molestia. Tal vez la notaste o tal vez no, pero no hiciste nada en ese momento para que desapareciera. La molestia siguió creciendo, hasta que pasó a ser un dolor pequeño, y entonces te dijiste a ti mismo: Me aguanto, no pasa nada” y seguiste.

Finalmente, un día amaneciste “de repente” con un dolor enorme, o sin poder moverte, o con una lesión. Esa, más o menos, es la historia de muchos malestares. Si somos conscientes de nosotros mismos, si nos reconectamos con nuestro cuerpo y comenzamos a movernos con inteligencia, vamos a tener la capacidad de identificar la primera incomodidad, y en ese momento, hacer algo para ajustarla.

De esta manera, nos mantenemos más saludables, y más despiertos. Si eres capaz de sentir en ti mismo sutiles diferencias, si eres capaz de ajustarte a ti mismo en esa etapa, sin duda te vas a ahorrar muchos dolores y molestias en el futuro.

Cuando eres capaz de observar tus patrones de movimiento, tú ya no eres esos patrones y puedes transformarlos.

Ahora bien, todo lo que te pasa tiene sentido, y nada es irreversible, todo es susceptible de cambiar y mejorar. Puede ser que no lo veas ahora, pero tu organismo tiene una lógica interna en donde todas tus experiencias se entrelazan y conectan. Tú eres un sistema vivo, orgánico, interconectado. Cada parte de ti se entrelaza formando la trama de tu vida. En un nivel profundo, tú sabes cómo pensamientos, movimientos, emociones y sensaciones van todo el tiempo de la mano. Si quieres, por ejemplo, resolver ese dolor de cuello, tienes que entender cómo haces lo que haces a un nivel sistémico, comprender cómo usas el resto de ti, qué partes están trabajando de más y qué partes están trabajando de menos. En definitiva, tienes que poner tu dolor de cuello en un contexto, en tu contexto mental, emocional, en cómo te mueves todo tú, y también en las actividades que realizas todos los días. Y con quién las realizas. Todo eso está conectado. Para vivir feliz en tu cuerpo tienes que estar presente, entender a tu organismo y desenmarañar tu lógica personal. El primer paso entonces es el más simple y a la vez el más profundo: aprender a estar en ti. Realmente estar en ti, acompañarte, sentirte, no abandonarte.

Un camino para hacerlo es el desarrollar la conciencia de nosotros mismos a través del movimiento, descubrir cómo hacemos lo que hacemos, ser conscientes de ello, y usarnos de manera más integral, más amorosa y más sana. En este proceso tiene mucho que ver el aprender a escucharnos, a ponerle atención a las señales que nos da el cuerpo.

Nuestras sensaciones nos cuentan cómo estamos, cómo nos afecta nuestro ambiente tanto interno como externo. A través de ellas, sintiendo nuestro cuerpo, nos conocemos, nos reconocemos y podemos autorregularnos. Muchas personas viven una paradoja en su cuerpo: por un lado se disocian de él, dejando de sentir, y por el otro, se identifican demasiado con su postura, su forma de moverse, su caminar, sus dolores y sus restricciones de movimientos. Así, solamente sienten las molestias, pero a la vez están tan apegadas a su propia organización corporal que creen que ellas son sólo eso. Cuando desarrollas la autoconciencia por el movimiento, sientes con mucha más claridad las sutiles variaciones que, momento a momento, suceden en ti y eres capaz de desapegarte de tus patrones de organización corporal y por lo tanto transformarte.

Porque tú no eres tus patrones, la manera programada en la que te mueves, tú eres la conciencia que los observa. Y en el momento que observas esos patrones, dejas de ser ellos y puedes expresar tu ser más profundo en el mundo.

Ser más conscientes de nuestro movimiento suena conveniente, ¿verdad? ¿Cómo hacemos eso? Antes que nada, alineando el cuerpo y la mente usando algo que al cerebro le encanta: las preguntas y el movimiento. Cuando tú te preguntas a ti mismo acerca de ti, alineas tu cuerpo y tu mente y abres la puerta de la conciencia de ti mismo.

El Movimiento Inteligente es un camino para desarrollar esta conciencia de cómo nos usamos a nosotros mismos y cómo podemos mejorar nuestra relación tanto con nuestra persona como con el entorno. A través de ejercicios de atención dirigida, secuencias de movimientos suaves, y preguntas concretas sobre los movimientos que haces, descubres nuevos patrones de movimiento y postura, recolectas con tu autoridad interna y desarrollas un entendimiento más claro de la relación entre cómo usas tu cuerpo y cómo vives tus emociones.

Recuperar el poder sobre tu propio cuerpo es un paso esencial en tu desarrollo integral. Reconectar con tu ser más profundo te permite vivir más feliz en ti, tener más asertividad en cómo te conduces en el mundo y en cómo te relacionas con los demás pero, sobre todo, en cómo vives mejor en ti mismo, en ti misma. Hay que volver la mirada al interior, y desde ahí proyectarnos para brillar en el mundo con todas nuestras posibilidades. El movimiento consciente e inteligente es una vía de acceso amable, amorosa y sana para este proceso, para descubrir tu potencial y aprovecharlo al máximo, y así recuperar ese derecho de nacimiento que tienes sobre tu propio cuerpo.

Este es un artículo escrito por Lea Kaufman y publicado en el número 5 de Gansos Salvajes Magazine.

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