¿Alguna vez has comprado ropa en rebajas o en otra época para estar en pocas semanas delante de tu armario diciendo «no tengo nada que ponerme»? ¿Eres de las que tienen armarios llenos, cajoneras repletas, cajas guardadas en el trastero y sigues llenando?

Es normal que te gusten las rebajas. Comprar ropa a precios bajos es muy atractivo y esto, junto a la idea de que se acaben o de perder la oportunidad, nos lleva de cabeza a la compra impulsiva.

¿Pero lo que compras te hace más feliz? Si tu tatarabuela o la mía hubieran tenido el presupuesto y la accesibilidad para tener la ropa que tiene cualquier mujer de hoy darían saltos de alegría.

Pero a nosotras nos cuesta valorar lo que tenemos, hemos aprendido a usar las compras como desahogo. La motivación para comprar no es, en la mayoría de los casos, una necesidad real o una herramienta para deleitarnos expresando quienes somos. Más bien compramos (sobre todo en rebajas) motivadas por el miedo a que nos falte, la desconfianza en la vida, en el futuro, en nuestras propias capacidades de cuidarnos y proporcionarnos lo que necesitamos, el apego a las posesiones, a la imagen, a una imagen construida de cómo debe ser nuestra vida o de cómo ser aceptables, desde el vacío interior del que muchos hablan y pocos se atreven a mirar.

Es un malestar que nos acompaña desde hace tanto que nos hemos acostumbrado a él. Esta es la verdadera base del capitalismo neoliberal y salvaje. Nos gusta pensar que la culpa es de las multinacionales, de la fastfashion o de Amancio Ortega. Ellos también ocupan un lugar en esa pirámide pero quien sustenta todo esto es el consumidor, eres tú, soy yo y nuestra incapacidad para vivir con menos, para prescindir de esos pequeños premios inútiles que son migajas de lo que verdaderamente vale la pena. La oferta siempre responde a la demanda. La demanda siempre es primero y tiene su principio en el centro de ese agujero negro que quiere más y que nunca se llena, su nombre es insatisfacción, falta de certeza en nuestro valor intrínseco, falta sobre todo de amor propio.

No dar valor a la ropa en último termino es no dar valor a tu tiempo y a tu vida. Porque el tiempo que empleamos en conseguir el dinero en último término es nuestra vida, ese tiempo no vuelve. Así que volvemos a la dificultad para cuidarnos y querernos.

Si sumaras el dinero que has gastado en los últimos 10 años en pequeñas cosas que pagas para encajar, para hacerte aceptable, o para soportar una vida que no te gusta, te sorprenderías del resultado de la suma. Nos resulta fácil hacer gastos pequeños pero nos cuesta mucho permitirnos gastar en aquello que queremos de verdad y mejorarían nuestra vida sustancialmente porque quizá tenemos que ahorrar un par de meses o de años para obtenerlo o porque tenemos que prescindir de lo superfluo para invertir en lo importante nuestro tiempo, dinero y energía. La base de este comportamiento también es la falta de amor.

La regla de oro para que la ropa de tu armario aporte felicidad en lugar de restarla es priorizar la calidad sobre la cantidad. Y cuando hablo de calidad me refiero a que sea de buen material y esté bien hecha pero sobre todo que te guste, que encaje con tus necesidades y valores, que te quede bien, que te sientas cómoda y que diga de ti lo que quieres que diga y no otra cosa. Conseguir una prenda así generalmente no ocurre haciendo compras impulsivas y tampoco ocurre si no te conoces bien, si no sabes qué te gusta, ni cual es tu lugar en el mundo y cómo quieres mostrarte ante él. Sin autoconocimiento te dejas llevar por lo que dictan las revistas, las bloggers o por lo que hay en los escaparates solamente. Y eso es pan para hoy y hambre para mañana.

Por aquí hablamos de moda y de sostenibilidad pero a lo largo de los años me he dado cuenta que no se pueden hacer cambios de hábitos duraderos sin autoconocimiento. Mejorar nuestro nivel de autoestima y autocuidado, dedicar tiempo a descubrir quienes somos, cuales son nuestros talentos, fortalezas y necesidades es básico para tomar buenas decisiones en referencia a la ropa y sobre todo para nuestra vida.

Estoy convencida de que la base de una buena vida es el amor propio, con una buena autoestima somos capaces de priorizar lo que nos conviene y tomar buenas decisiones. Por eso me alegro de que no te sientas satisfecha con tu armario y con tus últimas compras; tomar conciencia de algo que no funciona es el primer paso para cambiarlo. Desde ahí, lo único que queda es una primera acción, una primera acción para mejorar tu vida desde dentro.

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