Este cuento es una adaptación mía de un cuento tradicional Indú, lo comparto hoy porque es el día del solsticio de invierno, una época muy especial que conecta con las transiciones y los cambios que vivimos las mujeres a través de nuestros ciclos.

En un mundo muy cercano, había una vez una madre que tenía cuatro hijas. Cuando las hijas llegaron a su adolescencia, la madre, que era una mujer sabia, quiso que aprendieran una lección que les serviría para toda la vida.

Las reunió y les dijo que tenía una misión para cada una.

La primera en ser llamada por su madre para ejecutar su tarea fue la hija mayor. Una fría mañana de invierno le pidió que fuera a una montaña que estaba cerca de su casa para que observara un árbol que estaba situado en la cima.

A su regreso la madre reunió a sus cuatro hijas entorno a ella y le pidió a la mayor que le explicara cómo había visto el árbol. La hija mayor dijo:

– Lo he visto muy mal, está seco y retorcido, sin vida. No tiene hojas, ni frutos, ni flores. Casi seguro que está muerto.

Al llegar la primavera hizo lo mismo con la segunda hija. Ella se marchó y cumplió su misión. A su regreso las 5 mujeres se reunieron para escuchar su experiencia. Les contó que estaba repleto de energía y vigor. Que su belleza era inigualable, estaba cuajado de flores, hojas y colores.

En verano la tercera hija cumplió el mandato de su madre y volvió relatando que el árbol era en sí mismo una explosión de vida y generosidad, estaba cuajado de frutos, los pájaros anidaban y se alimentaban, junto con insectos, hormigas y gusanos que disfrutaban la abundancia que ofrecía aquel bello vegetal.

Por último le tocó el turno a la más joven de las hijas y a su vuelta contó a sus hermanas y a su madre que el árbol estaba cubierto de una preciosa armonía de colores, aunque quizá estuviera enfermoporque muchas de sus hojas estaban cayéndose al suelo y no encontró el esplendor que sus hermanas contaron.

Cuando hubo terminado, la madre les dijo unas palabras que no olvidarían jamás.

“Las cuatro habéis visto el mismo árbol, y sin embargo ninguna de vuestras observaciones coinciden. Para hacer un juicio de lo que ese árbol es, será preciso unir las cuatro descripciones. Así que nunca os atreváis a juzgar nada con una sola mirada y especialmente nunca os defináis a vosotras mismas por un único aspecto de vuestra personalidad. Hijas mías estáis entrando en la etapa cíclica de vuestra vida, igual que el árbol, vosotras manifestaréis cambios en cada fase del ciclo. A partir de ahora conoceréis y aprenderéis a cuidar cada una de esas partes de vosotras y de esta forma podréis entender quién sois. Observaros sin juicio, desde diversos ángulos para poder conoceros y conocer el mundo que os rodean”.

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